Este día es conocido como “el Día de la Traición”


Hoy, Miércoles Santo, concluye la Cuaresma y, al mismo tiempo, termina la primera parte de la Semana Santa, la Semana Mayor. 

Mañana, jueves, se da inicio al Triduo Pascual, núcleo de las celebraciones de la Iglesia. En este día se recuerda el episodio más oscuro de la vida de Judas Iscariote, uno de los Doce. 

Hoy viene a nuestras mentes, siguiendo las Sagradas Escrituras, la noche en la que el Iscariote se reune con el Sanedrín, tribunal religioso judío, y pacta con sus integrantes la entrega de Jesús a cambio de 30 monedas. 

 El plan para matar a Jesús está en marcha. Por esta razón, muchos se refieren al Miércoles Santo como “el primer día de luto de la Iglesia”. 

 La lectura del Evangelio de hoy está tomada de San Mateo 26,14-25. Jesús y los Apóstoles se encuentran a la espera de la Pascua. 

Los versículos introductorios registran el momento en el que Cristo es traicionado: «Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?”. 


Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle» (Jn 26,14-16). 

Mientras Judas consumaba su traición, no muy lejos, Jesús sufría horas de angustia. El Iscariote, en su corazón endurecido, en su mirada corta, había resuelto entregar al amigo y Maestro. 

Las dudas se “habían disipado” para él: Jesús le había resultado una decepción, alguien que no cumplía con sus “estándares” o expectativas; o, si acaso quedase una mínima posibilidad, de pronto, al verse enfrentado a la muerte, Jesús “despertaría” y se rebelaría contra el invasor romano. Así su decepción desaparecería de cuajo y lo convertiría en el héroe que precipitó la “revolución” de Israel. 

Nada de esto sucedió al final. Y si existió alguna vez el deseo de darle “una última oportunidad” al Señor, sin duda, no habría nacido ni de la fe ni de la esperanza, y mucho menos del amor. 

 Al entregar al Maestro por treinta monedas, Judas, quien presumía ser el más astuto de los discípulos, dejaba en evidencia que no había entendido nada y que, por lo tanto, habría de fallar en todos los cálculos. Creyéndose vivo, ya podía ser contado entre los muertos: «Y mientras comían, [Jesús] dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”. 

Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno a uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”. Él respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!”. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”. Dícele: “Sí, tú lo has dicho”» (Jn 26,21-25).

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